Hoy, compartimos la primera, con la intención de, como siempre, impactar a muchos.
«Yo salí de Venezuela en el 2004, siendo joven, y formé mi propia familia afuera. He ofrecido sacar a mis padres pero no quieren salir, aunque cada día su situación se agrava. Ayudar económicamente no se siente que es suficiente. Cómo lidiar con la tristeza profunda que se siente cuando los padres de uno, que ya son mayores, quedaron en Venezuela y su calidad de vida cae constantemente de manera dramática. Es un factor que siempre está latente, y me cuesta mucho controlar los sentimientos de tristeza al ver la situación de mis padres.»
Respuesta de la Doctora Susana Barradas:
Es una de las preguntas más frecuentes de los inmigrantes venezolanos. Cómo lidiar con la tristeza acompañada de una especie de culpa por dejar a los padres en las críticas condiciones de vida de Venezuela. Abordemos el tema comenzando por la visión más general del sistema familiar para aterrizar en la visión más específica del afrontamiento psicológico individual.
La decisión de migrar es frecuentemente impulsada por la esperanza del conjunto familiar, de producir un cambio beneficioso tanto para el migrante como para el grupo familiar. Muchas veces, los padres y los familiares que quedan en el territorio de origen, son aliados pasivos o activos de dicha decisión y actúan con lealtad al plan; apostando a que sea exitoso en la consecución de sus fines.
Quiero insistir en esta propuesta: la decisión de migrar, no se gesta individualmente. Más bien, se produce consciente o inconscientemente en la mente de todos los miembros de la familia, comprendiéndola como un cambio necesario, adaptativo, que suplirá los recursos materiales y psicológicos para continuar la evolución del individuo que migra y también de los familiares que la secundan.
Cuando ocurre la migración de un miembro de la familia, el resto de los miembros queda observando la trayectoria de su movimiento, como si fuera un cohete lanzado al espacio. Este viaje cambiará la historia de 3 generaciones. Sin embargo, la vida continúa para los que se quedan y para los que se van, con sus indefectibles ciclos vitales y fragilidades: la enfermedad, la dependencia en la ancianidad y la muerte.
Los inmigrantes solemos vivir con un duelo tibio, ambiguo, anticipatorio de las tristezas que ocasionan las vulnerabilidades asociadas al envejecimiento de nuestros padres.
Debemos recordar que, cada uno de nosotros, es libre y responsable de las decisiones que tomamos y que nuestros padres también tienen derecho de decidir dónde han de enfermar, recuperarse, envejecer o morir.
En este sentido, propongo a aquellos que sientan culpa por no poder acompañar a sus padres en la vejez, que contemplen la libertad de decisión de sus padres y que opten por una posición psicológica un poco más flexible como es el acompañamiento frecuente de sus seres queridos, ritualizando la conexión telefónica, involucrándose en la rutina de ellos, expresando la nostalgia que sienten por no estar a su lado, por el país, etc.
Expresar genuinamente las vivencias, es la forma de afrontamiento más importante del inmigrante.
También es necesario escuchar. Escuchar los problemas que están del otro lado del Atlántico es duro (sobre todo porque ya tienes muchos problemas en el territorio que habitas) pero es mejor escucharlos, reflexionarlos, darles la salida posible y viable que dejarlos congelados ocasionando desconsuelo o una sensación de abandono.
Estas dos propuestas, expresar y escuchar, pueden parecer muy obvias pero no por ello dejan de ser las más efectivas para fortalecer los vínculos, en lugar de optar por el silencio o el vacío porque no tienes soluciones ¨completas¨ o ¨ideales¨ para este dilema ético.
La posición ¨omnipotente¨ (resolver todo perfecto, como si fuera Dios) y el pensamiento ¨todo o nada¨ (o la solución es completa o no sirve), son formas de pensamiento culpabilizantes, infantiles, rígidas, mientras que el afrontamiento a través de la expresión y escucha de emociones nos aproxima psicológica y espiritualmente a nuestros familiares como también a la solución de los problemas o, a la aceptación de que hay problemas que no tienen solución.
Lo más importante para los seres humanos no es el dolor -que es inherente al vivir al igual que la alegría- sino llenar el vacío del dolor con las palabras.
La incomunicación o el congelamiento de las emociones no son recomendables si lo que se quiere es apoyar a aquellos que siguen viendo por nosotros.
Otro problema que reportan los migrantes, es el duelo por el fallecimiento de los padres en Venezuela. De esto hablaremos en una próxima entrega.
Susana Barradas nació en Caracas y es Doctora en neurociencia, con una amplia experiencia en psicología clínica y experta en terapia sistémica y cognitivo-conductual. Dirige nuestro proyecto «Bienestar. Psicoterapia online para superar el duelo migratorio venezolano», te animamos a disfrutar de estos audios de acceso gratuito para superar los síntomas de la nostalgia, preocupación y miedo asociados al duelo migratorio venezolano.