Nunca iba a ser fácil salir de Venezuela, así que cuando hace 21 años decidí venir a España, el hecho de que habláramos el mismo idioma en ambos países fue determinante en mi decisión. Pero la ilusión de hablar el mismo idioma duró poco. Apenas me bajé del avión vi un cartel en el aeropuerto señalando la zona de “Facturación” y no tenía idea de a qué se refería. Experimenté la rara sensación de reconocer las palabras, saber al menos uno de sus significados, pero no entender lo que me estaban tratando de comunicar. Estaba claro que las diferencias entre el español de Venezuela y el de España no se limitaban al acento al que nos referíamos como “gallego”.
La mañana siguiente amanecí buscando dónde vivir. Era mayo de 2003 y la principal forma de promover apartamentos disponibles era colgar en los balcones anuncios fluorescentes de “SE ALQUILA”. Tras comprobar que esas palabras tenían una interpretación universal, caminé con emoción por las calles, llamando a los números desplegados y coordinando visitas para otro momento. Cuando decidí descansar a media mañana, entré a un local a tomarme un bien merecido café:
“Buenos días, un marrón grande, por favor.”
“¿Ah?”
“Un café con leche, oscuro.”
“¿Qué?”
“Un café con leche con poca leche.”
“¿En vaso o taza?”
¿En vaso? Será… “En taza.”
“¿Cómo quiere la leche, del tiempo o caliente?”
¿Del tiempo, qué tiempo? Por lo menos caliente sé lo que significa… “Caliente.”
Me sirvieron un marrón, tibio, con la taza llena hasta poco más de la mitad, culminando así mi primera lección sobre cómo pedir, o mejor dicho, cómo no pedir un café en España.
¿Por qué las palabras “café”, “leche” y “poco”, combinadas de manera lógica resultaron en algo tan distinto a lo que esperaba? Las palabras eran las mismas en ambos países y su significado también, pero la información estaba incompleta.
Cuando en Venezuela pedimos “un café con leche”, nos traen una taza grande con algo más de leche que café, llena hasta arriba e hirviendo. Si agregamos “con poca leche”, tendrá menos leche y más café, seguirá igual de caliente y lleno hasta arriba. Si, por el contrario, decimos “con mucha leche”, tendrá más leche y menos café, lleno hasta arriba e igualmente hirviendo.
En España, si pedimos un “café con leche” y obvian aclarar sobre el recipiente y la temperatura, nos traerán una taza grande con la mitad de café y la otra mitad de leche, servido hasta arriba y generalmente tibio. Si agregamos a la petición “con poca leche”, tendrá menos leche, la misma cantidad de café, no estará llena la taza y estará algo más caliente. Si, por el contrario, decimos “con mucha leche”, tendrá más leche y la misma cantidad de café, llena hasta casi desbordar y algo más frío.
La primera diferencia es que los venezolanos ajustamos la receta de nuestra bebida refiriéndonos a la cantidad de leche. Cuando pedimos más o menos leche, el que nos atiende automáticamente compensa la diferencia con café. Si pedimos poca leche, agregará una cantidad proporcional de café y viceversa. En España, es al revés. El producto es el café y la leche es el complemento. Tenemos que ajustar la receta hablando de la cantidad de café y el que nos sirve ajustará en proporción la leche. Si queremos un “marrón oscuro”, pediremos un “café con leche con mucho café” o más correctamente “largo de café”. Si lo queremos “clarito”, lo pediremos con muy poco café o “corto de café”.
La segunda diferencia es la temperatura. En Venezuela, el café nos lo sirven hirviendo. Solamente mencionamos la temperatura si no lo queremos tan caliente, lo cual sucede en la minoría de los casos. En España, por el contrario, la leche generalmente estará a temperatura ambiente. Aun si la pedimos caliente, es difícil que te la sirvan tan caliente como en Venezuela. Tu mejor opción es pedirla “hirviendo”.
Aun combinando las mismas palabras, a las que damos el mismo significado, de la misma manera, el resultado difiere porque la información contenida en las palabras es solo una parte del mensaje. El resto del mensaje está contenido en acuerdos sociales no verbales que dependen de nuestras respectivas costumbres. Por ejemplo, en Venezuela estamos todos de acuerdo que el café en cualquiera de sus formas se sirve “más caliente que plancha ‘e chino”.
Después de esa primera experiencia pidiendo café, me llevó como una semana de ensayo y error aprender a que me sirvieran los cafés como los quería. También encontré la explicación a la cara de perplejidad que puso el que me atendió cuando abrí con “Buenos días, un marrón grande, por favor”. Fue la cara que tendría cualquiera de nosotros si nos solicitaran gentilmente “un problema grande”.
Más de medio millón de venezolanos viviendo en España, algunos trabajando en restauración y todos en algún momento pidiendo un café, han hecho más comunes las formas a las que estamos acostumbrados. Aun así la lección sigue siendo válida.
El mismo idioma no garantiza la comunicación cuando nos mudamos de país. Construimos nuestras conversaciones sobre supuestos y dichos supuestos varían según el país en el que nos encontramos, incluso la zona de dicho país. También nos encontramos con palabras que tienen significado distinto, como que un café en Venezuela se pueda llamar igual que un problema en España: “marrón”. Es suficiente con aprenderse “la traducción” entre las versiones del español, pero mi recomendación es ir un poco más allá. Conviene hacer el esfuerzo por entender o incluso asumir los supuestos de la cultura que nos acoge. Nunca perderemos nuestra identidad como venezolanos y nos sentiremos como en una segunda casa.