Por D. Ultano Kindelan, Presidente de la Fundación Código Venezuela, para El Debate –
La hispanidad es una cualidad sutil, que tiene el olor del azahar de los naranjos y limoneros que llevaron los monjes españoles, y que hoy adornan todos los países de América.
Mensajeros de un mundo antiguo, que dejaron su amor incrustado en los muros de los templos y hospitales que construyeron, y en la tierra de las primeras cosechas que sembraron. Monjes y labradores, que trajeron el admirable tesoro de sus vacas, sus ovejas, sus caballos, y sus burros, para hacer brotar el maná del trigo y la cebada en el Nuevo Mundo. Pero el mayor tesoro que vino de ese mundo antiguo, fue la lengua, una lengua latina, macerada con el aroma de los olivos y almendros de la arabía, dulce y brava a la vez; la lengua castellana, el español.
Con su lengua, el español amó y educó, y su sangre se fue mezclando con la de incas, aztecas, araucanos y demás pueblos originarios. Unión de lengua e idioma, unión entre americanos, y unión de americanos con españoles. Y con esa lengua, vino la religión, la poesía, y la música, a las que los nuevos pueblos adornaron con sus propias emociones.

Y así esos pueblos formaron diferentes naciones, cada una orgullosa de su particular esencia, pero todas enlazadas entre sí por valores comunes, y por una lengua que vienen cultivando desde hace siglos, poetas como el inca Garcilaso, el argentino Borges, el español García Lorca, o el nicaragüense Rubén Darío; escritores, como el venezolano Uslar Pietri, el peruano Vargas Llosa, el colombiano Germán Arciniegas, o el español Salvador Madariaga: músicos y cantantes como María Dolores Pradera y Julio Iglesias. Y tantos otros americanos y españoles, hombres y mujeres, que han enriquecido, y siguen enriqueciendo con sus voces, ese tesoro común que llamamos hispanidad, cuya influencia trasciende nacionalidades, y acerca nuestros pueblos.
Un tesoro que incumbe a todas las naciones que hablamos el mismo idioma, nutrir y conservar; pero entre todas, España, debe a esa tarea especial dedicación. Y sobre todo su capital, Madrid, centro cultural de los españoles durante siglos, que debe asumir la responsabilidad de serlo también de la hispanidad, fomentando sus valores y estimulando la hermandad entre los pueblos que los compartimos.
Una tarea que exige que Madrid abra sus brazos a la hispanidad, renombrando las principales calles y plazas de su barrio más transitado, con nombres que la evoquen, rebautizando por ejemplo, nuestra Avenida de América, Avenida de la Hispanidad, y pidiendo al Marques del Duero que ceda su pedestal en el Paseo de la Castellana a su visionaria fundadora, Isabel la Católica.

Dejemos que los generales Serrano, Diego de León, O´Donnell y Martínez Campos, irreconocibles fuera de nuestras fronteras, cedan sus calles a Cervantes, Lope de Vega, Julio Cortázar o Germán Arciniegas. Un cambio de atuendo necesario, que haga a Madrid brillar con todas sus joyas, y subraye su decisión de servir de centro cultural de la hispanidad.
Un cambio de atuendo que necesariamente deberá ir acompañado de eventos de todo tipo, a partir de propuestas generadas desde Madrid y desde las naciones hermanas, lo que podría dar luz a una ‘Academia de la Hispanidad’, que integrada por próceres culturales del universo hispanohablante, propusiera, y programara, esos eventos.
Foto principal: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.