» Cuando decidí emigrar, no fue de una manera voluntariosa, no era esa persona aguerrida de la que me ufanaba siempre. Era otra, más triste y más temerosa. Atrás quedaron mis recuerdos y metí en muchas maletas hasta los discos que me gustaban, porque pensaba que la nostalgia sería mi eterna compañía y yo, que me jactaba de ser la más positiva de la familia, me volví tan distinta que no me conocía, a ratos me levantaba y sentía que todo me quedaba grande y de repente me decía, esto es lo correcto, hay que irse, antes de que quedemos tan destruidos que no nos reconozcamos. Quien lo iba a decir que tendría que marcharme cuando me sentía plena en mi trabajo, cuando había alcanzado lo que yo creía era el top ten. Llegué en el otoño frío del 2018, con paisajes de historia y hojas caídas y empecé a caer en cuenta que ya no podía echar
hacia atrás.
Me embarqué en un viaje, del que ahora no me arrepiento. Lloré cada día hasta que empecé a entender que no era empezar de cero, era empezar de nuevo.
Aprender a amar otros cielos y a otras personas, porque en este transitar he conseguido gente linda que me ha hecho renovar mis afectos, y he aprendido a querer la cocina como si de una amiga de infancia se tratara, ¿quien lo diria?, como decían las señoras de antes, comprando onoto para hacer hallacas y buscando por muchos rincones el mejor papelón para comer arepitas dulces. Era la mas pequeña de casa y la comida era la forma de consentirme, por eso mis dotes culinarias eran pocas, pobre de mi esposo que debió comer arepas cuadradas y con muy poca sazón, pero la vida te cambia y te das cuenta que puedes y que si te esfuerzas logras lo que te propongas. Aquí he vuelto a estudiar, en algunos casos en mi área, pero en otros manejando una carretilla (montacargas), solo para salir de mi zona de confort.
España me ha dado esa tranquilidad y paz que necesitaba para poder creer en mi, bajo otra estrella y en otro continente.
He aprendido de historia, más que la Princesa Leonor, porque he tenido que estudiar junto a mi hijo. Así empecé este nuevo camino de reencuentros conmigo misma, descubriendo que me gusta la mujer que soy ahora. Cuando camino por el Retiro, que me lo conozco casi completo y al que amo porque allí enjuagué mis lágrimas, leyendo un libro en la biblioteca, amando su historia, y sí, comparando con el Ávila y no porque se parezcan, sino porque era una forma de sentirme atada a mi historia, he aprendido a comer una tostada con aceite, tomate y sal, con las mismas ganas que una arepa de queso, que me gusta ir a recorrer las calles divinas de Madrid sin miedo, tomándome una foto sin temores, pero tomando nota de que cuando vuelva a mi hermosa Venezuela, no compararé, sino que disfrutaré cada día y cada hora de lo que la vida me ofrece, porque cada país me ha dado grandes cosas y sin temor a dudas me he reinventado y puedo decirlo sin culpa, amo a
Venezuela con amor profundo y amo a España con ese amor de agradecimiento de las historia antiguas. No olvido lo vivido, lo atesoro con cariño, pero quiero tener una paellera en casa y mi pierna de jamón, porque en mi casa viven uno al lado del otro un vino de Rioja con un Diplomático y disfruto a Rosalía tanto como a una canción de Nacho, porque la vida es un sitio de sombras y días soleados y la disfruto, caminando por la Gran Vía y diciéndome llegará tu momento. Así lo sueño para Venezuela, deseando que llegue nuevamente la abundancia, pero que esta lección aprendida nos quede para siempre.
En resumidas cuentas, soy venezolana y española, he estudiado, me he vuelto independiente pero nunca pierdo la esperanza de volver a disfrutar la brisa de la Isla de Margarita, caminar por el Altamira y sentir ese clima que rejuvenece.