Cartas desde Venezuela Virtual N° 2, por Guillermo Barrios

Jul 4, 2024

Esta es la segunda edición de Cartas desde la Venezuela Virtual, la app de la Fundación Código Venezuela. Este texto es una nueva ocasión para conectar contigo, querida diáspora venezolana. Hoy te escribe Guillermo Barrios, Doctor en Arquitectura, promotor cultural, universitario, académico.

Las líneas que siguen en esta carta, son de su experiencia personal, de los recuerdos que lo atan y nos atan a todos los venezolanos que emigramos:

«Queridos diasporeños,

Para escribir esta carta, he buscado y rebuscado en los entresijos de la red la imagen que la acompaña. Una casa entera, con paredes y su techo de zinc -como aquéllas que siempre vimos al paso por barrios y poblados de Venezuela- en medio de un enorme lago, siendo trasegada por un par de lanchas tan modestas como ella. Es una imagen de la película Érase una vez en Venezuela (2020) que, desde que tuve la oportunidad de verla acá en Madrid (ciudad a la que llegamos en 2015), ha quedado anclada en mi memoria.

Y es que este documental, rodado con fino rigor y persistencia durante más de siete años por la cineasta Anabel Rodríguez, constituye para mi una potente metáfora de esa extendida Venezuela desperdigada por el planeta que se ha dado en llamar la Diáspora Venezolana.

Casa sobre el bote migrantes venezolanos carta a Venezuela Virtual

La película retrata el proceso de acelerada desaparición del Congo Mirador, un otrora plácido pueblo flotante del lago de Maracaibo dejado hoy a su suerte, sin atención pública, sin servicios y asediado por la corrupción y la creciente contaminación del lago, producto de las malas prácticas de una industria petrolera fuera de control. Aparte de la historia misma —en la cual concurren por igual la desesperanza y los sueños, la corrupción y la entrega al prójimo, el vano arraigo y la urgencia de la huida— de tremenda fuerza alegórica, la visualidad del film (y especialmente la imagen de esta casa trasegada por las aguas) puede constituir por sí sola una potente metáfora del territorio extendido del cual somos habitantes, aquí y allá, en cualquier parte del mundo adonde nos encontremos viviendo en estos tiempos.

Cuando intento verme y vernos, nos veo así: cargando nuestras casas, nuestro pedacito de Venezuela, a cuestas. Pero, ojo, no es una carga pesada en absoluto, no. La nuestra es una morada construida de lo profundamente inmaterial que son la memoria, los afectos, la experiencia, los compromisos y la esperanza. Esta última, tan importante en la vida, que se nos escapa a veces y la volvemos a atrapar por momentos… por momentos que queremos guardar celosamente en un armario, en un arcón o en el aire y en el aroma que llena nuestro hogar viajero, y dejar para siempre allí, para nutrirnos de ella, de la esperanza, darnos derecho a tenerla y seguir adelante.

Una coterránea y vecina de Madrid muy recordada, Mariela Michelena, que atendió cientos de consultas de psicología, siempre dijo “los venezolanos que emigran nunca terminan de desempacar sus maletas…”. Le creo firmemente y además hoy pienso que, además de no desempacarlas y tenerlas siempre listas en las puertas de su casa viajera, las siguen llenando día a día de nuevos abalorios, tan leves quizás como portentosos: allí en esa casa y esas mochilas por desempacar, todavía vivas, yace el eco de vidas pasadas y futuros sueños. Cada objeto, un susurro del lugar dejado atrás y una promesa de aventuras por venir, de un porvenir que nos parecía negado.

Esa casa y ese equipaje abrazan recuerdos, guardan nuevas experiencias y conocimientos —¡ideas por aplicar! — protegen las esperanzas y los anhelos. Viajan siempre con nosotros, esperando ser replantados y desempacados en nuevos o imprevistos destinos. Tal vez, y sobretodo los diasporeños más jóvenes y soñadores, en el puerto de una ‘tierra de gracia’ que señale el fin de una travesía venturosa, para enraizar la casa y abrir puertas y equipaje, para liberar y brindar las experiencias e ideas que hemos atesorado en nuestro viaje»

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